domingo, 29 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 5)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria.
Observé con detenimiento el entorno. Aquella bodega la conocía muy bien, no en vano era el primogénito de la saga Álvez, la propietaria. Sin embargo, el descubrimiento de aquella nave secreta fue para mí una auténtica sorpresa después de toda una vida en aquel lugar.
Abusando de mi rango de coronel de la guardia civil quise encontrar alguna explicación. Me agaché y entre los cristales vi aquel pedazo de cuero que desdoblé con sumo cuidado.
¡Una bota de vino y una raya que atraviesa dos puntos! – le hice una foto con mi iphone.
- Señor – me dijo el funcionario – el camionero que descubrió el cadáver pregunta por las botellas que hay que cargar.
- ¿Botellas?
El sonido de mi teléfono me desconcertó.
- Dime.
- Cariño, tu hermana acaba de fallecer en el hospital y su marido ha desaparecido de la habitación.
- Nuestro cuñado está delante de mí, muerto – le colgué.
Miré la fotografía y la imagen nítida del mensaje me vino a la mente: - ¡no es una bota, es una piel de cabra para transportar vino! ¡La vieja finca del lugar que llamamos “la cántara”!
Con el coche fui allí. Conté dieciséis hileras de cepas: dieciséis litros igual a dieciséis surcos.
Me agaché y escarbé. No encontré nada.
¡Dieciséis litros, dieciséis litros..., una cántara tiene dieciséis litros y cuarto..., mierda, un cuarto más! Giré mi cabeza hacia la hilera de enfrente y observé la parra. ¡No era de tempranillo, era de cabernet!
Ahondé con mis manos sobre el tronco y tampoco encontré nada. Desesperado grité mientras me limpiaba el sudor - ¿Acaso me estaba volviendo loco?
Volví a examinar la fotografía: ¡la raya y los dos puntos representan las dos yemas por las que hay que cortar el sarmiento en la poda!
Me puse de pie, conté dos cepas hacia delante y, desesperado, volví a escarbar en la tierra. ¡No hallé nada!
Miré al cielo desafiando, con mi locura, al sol.
- Deja dos yemas y corta por la mitad de la tercera – las palabras de mi padre vinieron a mi mente –
¡Es la tercera parra, no la segunda!
Encontré la botella entre las raíces. La rompí, en su interior había otro cuero similar, este sí, escrito:
“en el mundo del vino no hay lugar para la avaricia y menos en mi familia”
Debajo de estas palabras estaba el dibujo de lo que creí que era otra cántara de vino. Lo giré y la vi claramente: era el esquema de una exuberante amanita phaloide.
¡Mi padre les ha envenenado! – ese era el mensaje que había estado buscando.
- Dime – mi hermana me llamó al móvil.
- Rodrigo, no entiendo nada. La policía está en mi casa diciéndome que Eugenia y Ruperto han muerto envenenados por setas, que en el testamento de papá que mañana íbamos a leer había un plano de una bodega oculta, que hay un señor que nos reclama la entrega de un montón de botellas de la cosecha del 78 que ha pagado, que nos debemos presentar en la comisaría porque estamos acusados de asesinato...
No quise seguir escuchándola y le colgué. Tenía claro que mi otra hermana, la notario, y su esposo habían descubierto la galería oculta antes de la apertura de la herencia, que querían apropiarse de la valiosa mercancía cuya existencia desconocíamos todos y que cometieron el error de probar, sin más, una de ellas. Estoy seguro que abrieron una de las botellas que tenía el corcho algo salido, vi unas cuantas en los estantes. Ese era el cepo que mi padre nos puso para evitar nuestra codicia.

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