domingo, 29 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 20)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria, la cual tuvo el capricho de vaciar su alma de vidrio al compás de las lágrimas que ahora las secaba la muerte, callando el secreto, en sus mejillas. Esos párpados entreabiertos de la joven Helena aún me concedían el lujo de contemplar un firmamento de verde olivar en sus ojos de doncella marchitada, dándome la evidencia de que desde el dolor que sus labios de carmín disperso ahogaron al expirar, le fue otorgado el poder de engalanar a la muerte. ¡Ay, niña! Blanca hoja de papel era esa piel de azúcar que nunca quiso tinto, tinta de tu punto final. ¿De qué me hablan las barricas de caldo veterano? De un amor, de dos o de tres, que nunca pudieron naufragar en aquellas copas de veneno burdeos. Y aún me retienen sus hondas voces cautivas en un barril de madera, me quieren decir de los vuelos de la falda de Helena María al despuntar el alba en los rincones de esta bodega, bajo las atentas manos de sus tres amantes. No quiero que llore el vino, que el corazón de la vid lastime su alegría púrpura en la resaca de los pies de la joven, quien bailaba al compás de las estrellas rezagadas con un amante cada noche. Mas de sus tacones queda estela en el regazo de la copa, reflejos que no murieron con la niña al pasar, cuando el cristal la inmortalizaba desde la diestra de don Alejo, su profesor de aritmética. De las pasiones dislocadas tampoco se olvida este hogar de la más dulce anestesia, manteniendo en vilo una madeja de luz en cada rincón a la manera de su cabello, resaca de la seducción. Tampoco de ese llanto, Helena, al elegir al mayor de todos como aspiración de esa flor rosada que asemejaba tu boca. Don Alejo, el de impecable raya peinada a un lado, entrecana barba y delgadez insólita para sus cuarenta y tantos, él, tu profesor. Pensaste que pudo enseñarte el sabor de lo prohibido, bajo la muda inquietud de tu bodega, a la sombra de las barricas y de las botellas. Tu memoria no guardaba ya el deseo de tus otros dos jóvenes amantes y no te dolió acuchillar sendos romances confesándolo por carta. Cuéntale a la bodega, antes de irte Helena niña cuál es el secreto del vino, que al huir Alejo el dulzor de la vid se convirtió en hiel que envenenó tus entrañas.

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