domingo, 29 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 15)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria, de la cual lo único que se sabía era que en ella estaba el secreto de la perfección de los vinos de la familia Santaolalla, dueños del reconocido viñedo Tierras del Carrizal.Sólo tres personas habían visto la botella, pero sólo una de ellas era su guardiana y heredera, sólo una conocía el secreto de sus predecesores para continuar con el legado de los Vinos Carrizal. Esta persona era Juan Francisco Santaolalla, hijo único de Don Juan Fernando y Doña Leticia Martínez, quienes murieron con la tristeza de saber que él nunca se casaría y no habría otro heredero del viñedo. Ahora su cuerpo yacía en los antiguos pisos de la bodega, situada en las afueras del poblado vinero de Lujan de Cuyo, y su alma, seguramente, deambulaba sobre los viñas, llevándose consigo la receta de los históricos vinos.La detective, Lucía Louzupone, llegó a la escena del crimen unas horas después. Conocía al difunto, pues ambos compartían el amor por el vino. Escuchar jazz en los cafetines, compartir poesías, hablar sobre escritores complejos como Marx y Hegel y disfrutar de los reportajes de Capote, Goytisolo y Juan José Millás, los había convertido en buenos amigos. Después de saber que María Victoria Saenz, ama de llaves y fiel compañera de Juan Francisco, había denunciado la desaparición de la botella, Louzopone la citó en la comisaría para interrogarla.Victoria comentó que sólo ella y el joven abogado del señor Santaolalla, Santiago Garay, eran los únicos que sabían dónde estaba oculta la botella con el secreto. Después de obtener respuestas que a ningún lado conducían y que solo direccionaban la mirada sobre el joven Garay, la detective intentó localizarlo, pero sus esfuerzos fueron nulos. El joven, nuevo en el poblado, no tenía muchos conocidos, así que nadie sabía su paradero.Cuando él apareció, fue interrogado, pero el viaje en el que estaba era una coartada inapelable. Sin embargo, su testimonio abría nuevos interrogantes. “Mi cliente no había determinado a quién le dejaría su legado y quién sería responsable de los viñedos. Pero créame detective, muchos de sus familiares lejanos se le acercaban como aves de rapiña, con intenciones muy claras. Si me necesita, cuente conmigo”, dijo el joven Garay.Juan Francisco era un hombre de pocos amigos y de mucha soledad, por eso la detective decidió hablar de nuevo con el ama de llaves, quien aún vivía en la casa del viñedo. Cuando llegó allí, una brisa otoñal envolvía la finca, ya las hojas de los árboles se habían pintado de amarillos y naranjas y unas cuantas se habían fugado de ellos para cubrir el piso. Iba a golpear la puerta, cuando ésta fue abierta por un chico alto y narigón, quien tenía un gran parecido a su querido amigo. Detrás de él, estaba Victoria, pálida y temblorosa.“Me entregaron los resultados de la autopsia. Murió de un ataque cardíaco. Sin embargo, seguimos investigando el robo de la botella”, al oír esto, Victoria rompió en llanto. “Ya no puedo más. Con un secreto era suficiente, pero ya no puedo con tres”.Fue así como el ama de llaves confesó que ella había robado la botella, para que el secreto no cayera en manos de personas que no lo merecían. Fiel siempre a su amado Juan, escondió el nombre del padre de su hijo, ese chico alto y narigón. Pero cuando el jovencito se enteró que Juan era su padre, lo confrontó y el corazón de este no soportó la noticia.No había sido su culpa, Louzupone lo sabía y al mirarlo, veía sonreír, a través de él, a su viejo amigo.

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