domingo, 29 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 4)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria.
Carlos Delgado era policía desde hacía mucho tiempo y jamás en toda su vida profesional se había encontrado con un caso como éste. Un muerto, un mensaje y el asunto más importante: una botella desaparecida. Aunque no cualquier botella sino una que contenía un Château Lafitte cosecha 1787 y cuyo valor aproximado rondaba los 100.578 euros.
El muerto fue identificado como Alfonso Jiménez ––empleado––, había trabajado los últimos diez años de su vida en aquel lugar. El cadáver fue retirado bajo la atenta mirada del dueño de la bodega. Mateo Sáez había heredado la bodega de sus padres. Generación tras generación había sido educada en la cultura del vino y por lo que Carlos había leído alguna vez, dicha cultura no les había ido nada mal.
Nadie en toda la bodega había podido explicar el significado críptico del mensaje: “El vino del Rey”. Todas aquellas botellas tenían contratado un seguro y aún así el rostro de Sáez parecía preocupado. Carlos apreció en los ojos del bodeguero miedo. Decidió regresar a comisaría e investigarle. Carecía de antecedentes policiales y no encontró nada que llamara la atención. Además de presentar una sólida cuartada para detenerle. Una llamada de teléfono del Anatómico Forense le comunicó que el resultado de la autopsia le sería enviado por fax. Al leerlo su primer pensamiento fue qué debía tratarse de un error. Según las pruebas realizadas, Alfonso tenía una edad aproximada de noventa años pero no aparentaba más de treinta.
Decidió investigar algo más sobre el muerto. Al parecer en la red informática de la policía no aparecía nada sobre ningún Alfonso Jiménez. Abandonó la comisaría y se dirigió al juzgado, quería ver la partida de nacimiento de la víctima. Descubrió que no había nadie inscrito como Alfonso Jiménez posterior a mil novecientos setenta. Se dirigió a la bodega para interrogar a Mateo Sáez.
Sáez recibió al policía y su actitud era la de un hombre atormentado. Carlos no necesitó presionarle para que hablara.
––Siendo un niño, mi padre consiguió el Château Lafitte. Nunca me contó cómo y jamás consintió probarlo. Por aquel entonces Alfonso era el hombre de confianza de mi padre. A su muerte se encargó de la bodega. Siempre me pareció un hombre extraño. Parecía no envejecer y disponía de buena salud. Hasta los treinta años viajé mucho y después regresé a casa. Una noche le descubrí bebiendo el Vino del Rey. ¡Alfonso me contó algo increíble! El vino contenía los componentes del elixir de la juventud. Al principio pensé que se trataba de una burda mentira para que no le despidiera pero al observarle entendí que era verdad. Más tarde, descubrí el motivo por el que mi padre jamás bebió: vivir en soledad. No es algo que le deseo a nadie.
––¿Por qué le mató?
––¡Fue un accidente! Había conocido a una mujer y quería contarle nuestro secreto.
––¿Escribió la nota?
––No y tampoco robé la botella. Discutimos, le empujé y al caer se golpeó la cabeza.
––Deberá acompañarme a comisaría.
Sáez no se resistió y Carlos pensó que todo aquello era demasiado absurdo.
Al salir de la bodega ninguno observó a una mujer en el interior de un coche. No aparentaba más de treinta años. Sonrió al pensar que ahora había descubierto más Château Lafitte. Pronto viajaría a Portugal para recuperar otras botellas de aquel líquido vital. Ella no tenía miedo a la soledad en cambio sí mucho a la vejez y a la muerte. Mademe Du Barry se retocó el maquillaje e introdujo en su boca un bombón de chocolate para después arrancar el motor de su coche.

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