sábado, 28 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 46)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria. Merlón volteó el cadáver.
“Por los labios cianóticos, probable envenenamiento”, dijo el médico legista. Le abrió la boca y con un hisopo recolectó algo. Lo olió. ”Anilina roja y vino tinto. ¡Es curioso!
“¿Por qué?”, preguntó Merlón.
“La anilina vegetal es comestible, pero la mineral es un activo veneno que produce cianosis. Se percibe demasiado tarde. En 4 horas sabremos el resultado. Confirmo” Merlón se rascó la calva, anhelando ser sherlock Holmes para encontrar el hilo de la madeja. Removió el cadáver y descubrió en la manga interna del saco una pluma fuente de fina marca. Destapó la pluma y escribió.
“¡Chin! La tinta es roja. De seguro de ahí viene el veneno”, soliloquió. “Si sé quien es el dueño de la pluma sabré el nombre del asesino. ¡Fácil!: La botella faltante es otro dato valioso” Al rato llegó al laboratorio de criminalística.
“Analízame esta tinta e investiguen por el número de serie el nombre del propietario de la pluma”
La química Manola, rubia cenizo con curvas por toda su anatomía lo vio de reojo.
“Como tu muertito fue envenenado con anilina mineral roja, disuelta en el vino tinto, algo hallaremos en el ordenador” Por las huellas descubrieron en el banco de datos el nombre del muerto: José Matatías Rosas, de 44 años, originario de Albacete, con domicilio en Sevilla. “ ¿La pluma?” “Comprada en Suiza por el cuñado del interfecto. La tinta, de la misma procedencia”, dijo Manola. “Vive aquí en Madrid. Ahí están sus datos”, tomó nota y se los pasó a Merlón. “Vamos a por el”, éste jaló a su pareja. En pocos minutos llegaron al domicilio indicado. “La Cava” era un lugar muy prestigiado por la calidad de vinos, acotó Merlón al llegar. “¡Ah de la casa!”, gritó al golpear la campanilla del mostrador. “Queremos ver a Perucho Martínez” “¿Quién me busca?”, la temblorosa voz del interpelado fue muy reveladora para Merlón. “Quiero comprar una botella del mejor vino de la región de Penedes. Bueno, un Sangre de Toro de Torres. Sé que se han producido por más de milenio y medio; incluso, los fenicios tuvieron que ver con las vides Chardonnay por el siglo VI”
El hombre mordió el anzuelo y sacó una botella que parecía tener la edad del planeta. Una pátina única. “¿Como esta?”
“Como ve”, Merlón señaló la etiqueta “tiene una marca que la relaciona con usted. Escrita con tinta roja y además plasmó su huella digital del pulgar derecho. Ya la comparamos con nuestro banco de datos. Así dimos con usted. Soy Merlón, inspector de homicidios”, mostró su credencial. “No es posible. ¡Yo no dejé ni una marca!”, calló al descubrir su exabrupto. El hombre no aguantó la presión y terminó contando la historia: Se reunió con la víctima para tratar de comprarle la única botella de un rarísimo vino de que databa del siglo 8. Según la leyenda, gente de la Orden del Temple que decía tener el Cáliz de la Última Cena pensaba concelebrar un oficio religioso con ella; mas no se sabe por qué no se llevó a cabo.
Cuando brindaban con algo menos fino, en un descuido del otro vertió un chorro de tinta en su copa, seguro de que no le iba a vender la botella. El veneno hizo efecto y él recogió las 2 botellas, las copas y huyó. Creía no haber dejado huellas.
“Mis disculpas por la mentira acerca de la marca en la botella. Yo deduje el móvil e inventé lo de la marca y las huellas. Hallé sus datos al revisar la nota de compra de su pluma”

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