domingo, 29 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 33)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria. Examinando meticulosamente la escena del crimen, a cargo del caso, se hallaba el prestigioso detective de Scotland Yard Seymour Bowles. Mientras sus colegas de la policía judicial revisaban la bodega más famosa de las afueras de Londres en busca de rastros, el detective apuntaba algo en una libreta, al tiempo que aspiraba con fruición el tóxico pero aromático humo que despedía su pipa. Interrogó entonces al dueño de la bodega, quien estaba a su lado:
-¿Conoce usted a este hombre?
-Sí, lo conozco -respondió sin vacilar el bodeguero-. Es un conocido indigente de la localidad. Creo que le apodan Esponja, aunque ignoro su verdadero nombre.
El detective, frunciendo el ceño, preguntó:
-¿Y tiene usted idea de por qué lo llaman así?
-Sinceramente, no la tengo.
Tras una breve pausa, el interrogatorio continuó:
-¿Alguna vez tuvo problemas con él? ¿Algo por lo cual pudiera guardarle rencor?
-No, en absoluto. De hecho una vez, llevado por la compasión, lo invité a almorzar a mi casa. Debería haber visto usted cómo se engulló un pollo entero con papas en cuestión de minutos.
-Mmm -murmuró el detective.
-Pobre hombre -continuó el dueño de la bodega-. Me pregunto quién sería capaz de algo así.
-Lo mismo me pregunto yo -añadió Bowles.
-A veces no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Quién le dice a usted que este hombre no tuvo alguna vez una buena vida y una hermosa familia y un día, por esas cosas del destino, lo perdió todo.
-Desgraciadamente, a veces esas cosas pasan -asintió el detective.
Entonces uno de los policías interrumpió su charla:
-Disculpe, señor Bowles, hemos encontrado esta botella vacía detrás de un tonel de vino. Parece contener un papel.
-¡Es la botella extraviada! -exclamó el bodeguero.
El detective cogió la botella, la volteó y con ayuda de un pequeño alambre logró extraer el papel que contenía. Al desenrollarlo, leyó: “Debo reconocer que el vino del tonel era muy bueno, pero no se compara con el de esta botella. ¡Qué exquisitez! Y ahora, a echarse una buena siesta. Disculpad si no me levanto cuando me encontréis”.

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