domingo, 29 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 24)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria, una botella que formaba parte de mi vida desde hacía mucho tiempo. Me acerqué al cuerpo y ya empezaba a cambiar de temperatura, la asfixia que lo había matado hacía que su deceso pareciera un agradable sueño, como si fuera a despertarse de repente.
La policía levantaba el informe, investigaban pistas que les diera algún indicio de lo que pudo pasar allí. Alfonso era interrogado, sí, soy el dueño de la bodega, no, no me puedo imaginar por qué pasó esta desgracia, sí, era una botella que pertenecía a mi abuela, no, no sé por qué se la han robado, era un recuerdo de ella. María, la esposa del vigilante lloraba desesperadamente la muerte de su marido, yo intentaba darle consuelo, pero era inútil; los demás trabajadores de la bodega se acercaban para saber qué había pasado
Alfonso caminaba de un lado a otro agobiado, se aproximaba a mí y le veía el rostro desencajado, pensaba que lo más probable era que a Rogelio lo habían matado para robar, y al verse los ladrones en evidencia por la alarma salieron corriendo con la botella. La botella.
Naia guardaba celosamente la botella el día que murió, era un ejemplar hermoso de los cinco que se hicieron para el quincuagésimo aniversario de la bodega, con el logo familiar labrado en el vidrio, incrustaciones de piedras preciosas y la respuesta de Emilio dentro, “nos vemos en dos horas en la estación, el tren sale a las 4 de la mañana”. Quería escapar de allí, escapar de su vida y empezar una nueva junto a ese hombre. Se pensó su vida, sus hijos, todo el sacrificio. Pero se decidió y todo entonces terminó mal.
Recibiste la respuesta y te preparaste enseguida, tu temor iba a creciendo a medida que pasaban los segundos, ya la decisión está tomada, no hay tiempo para pensar, ¿qué hago con el bebé? No puedo dejarlo llorando. Intentas calmarlo arrullándolo pero no calla, miras por la ventana y no estás segura si oyes un coche, te vas poniendo nerviosa porque no puede llegar antes de salir tú. Pones al bebé en la cama. Llora, lo vuelves a coger, no sabes qué hacer, necesitas salir ya, son las 3 y cuarto. De repente abre la puerta….. te he dado toda mi vida, me he sacrificado para darte todo a ti y a los niños, te estoy siguiendo desde hace tiempo, ¿cómo puedes hacerme esto?, lo siento, No me hagas daño, por favor, ¿cómo puedes hacerme esto? por favor, Jesús cálmate, ¿cómo puedes hacerme esto? te he dado todo, no puedes dejarme, no puedes dejarme. Por favor Jesús me haces daño, no puedes dejarme, me estoy asfixiando Jesús, no puedes dejarme, Jesús me ahogo, no puedes dejarme!
Luego fui a la habitación y me pegué un tiro en la cabeza. Ya no había nada que hacer. El bebé seguía llorando y la botella quedó allí, inerte en la cama, lista para ser un recuerdo familiar y dejarme a mí junto a ella vagando en este sitio

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