domingo, 29 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 6)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria. El inspector examinó aquel espacio con minuciosidad en busca de huellas, fluidos o cualquier otro tipo de prueba. No había nada. Ni siquiera una mota de polvo mancillaba aquel lugar casi sagrado. Un robo perfecto.
El dueño de la bodega apareció en aquel instante con las manos en la cabeza. Su cara cerúlea y la expresión de sus ojos denotaban el inmenso terror que lo embargaba.
—¿Está muerto? —preguntó a uno de los agentes refiriéndose al cuerpo que yacía boca abajo junto a unos toneles de vino.
—No, señor, sólo lleva una buena cogorza, supongo que lo emborracharían para poder acometer el robo.
—¡Alabado sea Dios! Se trata de mi hijo, temí lo peor.
El muchacho intentó incorporarse apoyando su mano derecha contra el suelo de barro cocido pero el peso de su cuerpo se había multiplicado por cien a consecuencia del alcohol y apenas pudo separarse unos centímetros de las baldosas, cayendo de nuevo estrepitosamente contra el piso.
—Entiendo que para usted sus caldos sean los mejores —dijo entonces el inspector al dueño de la bodega— pero ¿por qué le preocupa tanto ese vino? Sólo se han llevado una botella, tiene usted cientos incrustadas en los huecos de estas paredes.
—Dentro de esa botella no había vino, inspector.
—¿Qué quiere decir?
—Dentro de esa botella había un plano, un verdadero tesoro, la llave que conduce a mi colección privada.
—¿También de vinos? —quiso saber el inspector.
—Por supuesto, vinos legendarios, caldos que han estado presentes en los momentos más significativos de la Historia, que han saboreado reyes y gobernadores, con los que han brindado tanto amantes como enemigos, que han ayudado a insignes militares a tomar sus decisiones más estratégicas en los campos de batalla y a muchos clérigos a orar a Dios. Mis vinos son la huella de importantes e irrepetibles acontecimientos acaecidos a lo largo de los años. Su valor es incalculable.
—Está bien, está bien —trató de calmar el inspector al enervado dueño de la bodega—.
Que le hayan robado el plano no significa que esos vinos hayan desaparecido. ¿Ha comprobado usted si el ladrón ya ha llegado hasta su colección privada?
—Vengo de allí. Todo está intacto, pero llegará. Lo sé. El ladrón arriesgaría su propia vida por conseguir tan preciado tesoro.
—Sinceramente no veo el problema —explicó con humildad el inspector—. Siempre puede usted colocar un buen sistema de alarma, cambiar la ubicación de su colección privada, establecer una vigilancia...
El dueño de la bodega sonrió con una especie de mueca malévola.
—Lo que quiero es que detengan al ladrón. ¿Lo entiende? Quiero que den con él, verle la cara, saber quién es. En esta comarca hay muchas bodegas, todos vivimos del vino, somos colegas, pero también hay muchas envidias y malas intenciones. El ladrón podría ser mi propio vecino, alguien que antaño fuera mi socio, un empleado, un cliente. Alguien que sin duda me odia y desea hacerme mucho daño. Quiero que lo detengan.
—Cuente con ello —aclaró el inspector con cierto tono malhumorado—. Ese es nuestro trabajo. Volveremos para interrogar a su hijo.
A continuación hizo una seña a sus agentes y todos los miembros de la policía abandonaron el lugar. Al pasar junto al joven ebrio tumbado en el suelo lo miraron de soslayo. Nadie reparó en el papel que sobresalía por el puño cerrado de su mano izquierda. Parecía un plano, un plano que el muchacho se metió en la boca y comenzó a masticar lentamente cuando su padre se aproximó para interesarse por él.

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