sábado, 28 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 47)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria
La policía llegó al escenario del crimen convencida de que el asesino era el Mayordomo. Pero cuando encontró el cadáver tumbado en la bodega y sin marcas de violencia física a primera vista, el inspector Colombo descartó la corpulencia y la violencia de un hombre en el asesinato para centrar las pesquisas en el uso del veneno, tan habitual como instrumento letal por las féminas.A escasos centímetros del cuerpo había un hueco donde sola unas horas antes descansaba la botella de vino mas legendaria y cara adquirida a través de una subasta por Internet, llena de ese liquido elemento que puede convertir una vulgar comida en una experiencia casi mística. El inspector interrogó a todos y cada uno de los empleados de la Casa, pero ninguno se la había bebido. Y después de tres horas, no tuvo mas remedio que encontrar sospechosos a la mayoría incluido el perro. Un caniche de mirada asesina, capaz de morder en un tobillo para inocular el veneno sin que la víctima apenas lo notara.Pero aunque la teoría del perro era buena, el inspector se centró en la criada de aspecto oriental que tenía la falda mas corta y la coartada mas débil, aunque sin demasiados resultados positivos. Todas las pistas surgían de la Bodega y acababan en la Bodega. Lo mas lógico hubiera sido centrarse ahí donde todos los indicios apuntaban, pero Colombo no dudo en registrar primero el Garaje convencido de que era allí y no en otro lugar donde se encontraba la clave para resolver el misterio, pero se equivocaba. Lo único que el inspector tenía claro era que a la oriental solo le gustaba el licor de lagarto después de las comidas y no el vino, que el caniche era el principal sospechoso por la forma de mirar su hueso de plástico, y que tenía que pasar por el Súper a comprar jabón en polvo o su mujer dejaría de hablarle durante una semana. Las pruebas forenses llegaron a tiempo para desentrañar el misterio, porque el tipo se había muerto de un infarto. El hecho de que el corazón se parara de golpe ayudó mucho a que el pobre desgraciado muriera. Colombo solo pasó por alto un detalle durante la investigación que le hubiera simplificado mucho el caso. Un pequeño bote de Actimel junto al cadáver y a escasos pasos de la botella vacía, ya que si mezclas triglicéridos activos y alcohol puede ser letal.

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