sábado, 28 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 49)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria.
Aunque, a decir verdad, se trataba de la primera muerte producida en tales circunstancias, lo más extraño del caso quizá lo constituyese el hecho de que la botella en cuestión había desaparecido como por arte de magia. Las pocas personas que tenían acceso directo al interior de la bodega, habían presentado a la policía una coartada que, en principio, parecía perfecta; y el vigilante encargado de la seguridad de todo el edificio nada había oído durante la noche en que se produjo la muerte.
Respecto al cadáver, decir que se trataba de una hermosa mujer ataviada con ropajes masculinos, una fémina muy joven que, por otra parte, nadie de los que allí trabajaban había visto anteriormente. Días después del levantamiento del cadáver, la autopsia tampoco revelaría datos significativos y sólo recogería, someramente, que, aunque la joven parecía tener un corazón sano, la causa probable de su fallecimiento fue un repentino ataque cardiaco; lo que inducía a pensar que el óbito se debió a alguna circunstancia ajena a ella, posiblemente producida por algo o por alguien.
El inspector Bertavillo, un cincuentón soltero, canoso y amante en exceso del buen vino, fue el encargado de poner en marcha una investigación en la que los indicios se presentaban, a priori, peliagudos. -No hay móvil, nadie conocía a la víctima, todo el mundo tiene coartada... Este caso se presenta más negro que la piel de Kunta Kinte. Menudo muerto me han metido... Estoy convencido de que esto no lo resolvería ni Perry Mason –dijo entre dientes Bertavillo. Aunque la bodega ocupaba un par de sótanos amplísimos, la muerte de la joven se había producido en una pequeña cripta excavada bajo los citados sótanos, una estancia abovedada, recubierta de madera antigua, a la que se accedía solamente por una empinada y estrecha escalera, y donde, además de reposar las botellas con mayor solera de la bodega (no más de un centenar), también lo hacía la denominada botella legendaria, un recipiente de arcilla, lleno de un liquido pastoso, que, según la tradición, provenía de las mismísimas Bodas de Caná, y que, como era de suponer, contenía la fórmula secreta para poder transformar el agua corriente en vino peleón.
El inspector Bertavillo pasó muchas horas en aquella cripta; no sin antes haber ordenado que, bajo ningún concepto, se le molestase. Allí, solo y desorientado, pensaba en el extrañísimo caso que le había tocado en suerte. En sus casi treinta años de policía, jamás había conocido un caso como el que ahora le ocupaba. De vez en cuando, con el fin de ordenar sus pensamientos, quitaba las tupidas telarañas de una de aquellas vetustas botellas -sólo reservadas para paladares exquisitos y bolsillos muy abultados- y, después de abrirla, se la cepillaba a pequeños sorbos, saboreando tranquilamente aquel néctar de dioses. Ante la ausencia de pruebas, Bertavillo ordenó a varios agentes que volviesen a interrogar a todo el personal que trabajaba en la bodega, lo que ocasionó que la investigación se dilatase en el tiempo.
Durante los más de tres meses que duraron las pesquisas, Bertavillo se hizo un verdadero experto en caldos superiores y acabó con todas las botellas que, desde hacía muchos años, reposaban en la cripta. El informe final del caso recogió que la joven fallecida era una conocida ladrona que, en compañía de otro secuaz, había penetrado en la bodega por una ventana para robar la botella legendaria, y que, aunque consiguieron el botín, a ella le sorprendió la muerte de manera totalmente casual. Hoy en día, el antiguo inspector Bertavillo es un afamado sumiller que es contratado por los más importantes restaurantes del país.

No hay comentarios:

Publicar un comentario