domingo, 29 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 23)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria…
El inspector Agüero observó aquella abertura, donde le pareció divisar al fondo de la misma un pequeño objeto.
-Fernández…; acérqueme la linterna.
Enfocando su interior, pudo ver lo que parecía ser un papel doblado. Lo extrajo con sumo cuidado, desplegándolo después sobre la mesa. Por su textura, parecía haber sido colocado en aquel lugar hacía ya mucho tiempo.
-Veamos que dice…: “El ladrón ha recibido su merecido”
-Qué mensaje tan extraño… -comentó el subordinado.
-Examinemos de nuevo el cadáver -dijo el inspector-. Tengo un presentimiento...
Al girar el cuerpo, pudieron observar el aspecto violáceo de sus labios.
-Después nos lo confirmará el forense, pero es muy probable que haya muerto envenenado. Sin embargo no hay aquí ningún indicio que pueda ratificar ese supuesto. Cuando averigüemos su identidad, realizaremos una inspección en su domicilio…; ocúpese de ello Fernández…, ¡ah! y dígale al encargado que quiero hablar con él.
Veinte minutos después, un hombre escoltado por la policía hizo su entrada en la bodega.
-Inspector…; éste es Joaquín, el encargado.
-¡Dios mío! ¡Si es Genaro…! ¿Está muerto?
-Así es… ¿Podría usted decirme de qué le conocía?
-Trabaja…, bueno, trabajaba aquí desde hace muchos años. Ocupaba la casa que han visto junto a la entrada. La verdad es que el nuevo propietario acababa de despedirle para colocar en su puesto a uno de esos licenciados…
-¿Y podría usted explicarme qué es lo que había aquí…? -le preguntó señalándole el espacio vacío.
-¡Santo Dios! ¡Ha desaparecido la botella!
-¿Podría ser usted más conciso…?
-Claro que sí… Se trata de la botella más importante de la bodega...; una muestra única e irrepetible. Cuando vine a trabajar aquí -y de eso hace cuarenta años- ocupaba ya este mismo lugar. Recuerdo que el señor conde -un anciano avaricioso y maniático que debido a su enfermedad no podía probar ninguno de sus vinos- me hizo mucho hincapié en que nadie la tocara…
-¡Inspector, inspector…! -le interrumpió el oficial Fernández entrando a toda prisa con una botella en el interior de una bolsa de plástico-. Hemos registrado la casa que hay en la entrada y sobre la mesa hemos encontrado esta botella abierta…
-Déjeme ver… -dijo inmediatamente el encargado mirando con curiosidad el envase- ¡Por todos los santos…! ¡Mire, es ésta! En el cristal lleva grabado el escudo de la casa…
-Así que se trata de la famosa botella…
-No puedo explicarme cómo Genaro pudo hacer una cosa así…-dijo con tono compungido el empleado-. Era el mejor catador de vinos de la comarca...; nadie conocía mejor que él sus secretos.
-Probablemente al ser despedido decidió hacerse con la mejor reserva de la bodega, sin saber que su dueño había decidido poner en ella el veneno para vengarse de los ladrones...
-¡Todo por una simple botella de vino...! -concluyó entonces el oficial sin lograr entender aquellos absurdos hechos que exponía su jefe.
-No se trataba de un simple vino… -le corrigió inmediatamente el encargado-. Se trataba de un caldo único…; una joya.
-Exactamente… -enfatizó el inspector-; una “simple” piedra como el diamante puede conducir también a los hombres a cometer las mayores atrocidades. Genaro, como excelente catador de vinos que era, después de probarlo y comprobar que algo extraño había en él, probablemente decidiera volver aquí para averiguar algo. El veneno debió entonces empezar a hacer su efecto, cayendo muerto aquí mismo.
-Así que ese viejo loco y egoísta puso aquella trampa para evitar que lo pudieran disfrutar otros…
-Me temo que efectivamente éste ha sido el trágico final de esa joya de la bodega.

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