domingo, 29 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 32)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria.
—¿Lo conocía? —le pregunta el inspector Arandela al dueño de la bodega.
—Es Luis, el cuidador nocturno.
—Era Luis. Y… la botella… era muy cara.
—¿Usted cree que está muerto?
—Claro que está muerto.
El dueño se acerca.
—Pero si respira…
—No cambie de tema —dice el inspector Arandela—. La botella… ¿era muy cara?
—Más cara que la bodega. Mi abuelo se la dejó a mi padre, mi padre a mí, y yo se la quería dar a Mateo, mi hijo…
—¿Y nunca se le ocurrió beberla?
—¿Beberla? ¿A mí? ¡Pero si yo no bebo!
—¿Y por qué no bebe, usted?
—Porque no. Me parece un mal hábito…
—¡Ah! ¿Y por qué vende malos hábitos al público?
—Porque da dinero. Di-ne-ro.
Arandela va junto al cuidador nocturno Luis.
—¡Oiga! —lo patea—. ¡Luis! ¡Arriba!
El hombre respira profundamente, se despereza y abre un ojo.
—¿Y usted quién es?
—Soy el que lo va a mandar preso.
—¿Preso? ¿Y por qué?
—¡Por tomarse la Bourguniac! ¡La botella única!
—La botella… —el cuidador mira al hueco—. ¡La botella! —repite, llevándose las manos a la cabeza—. ¡Pero si yo no la tomé!
—Sí —dice el inspector—. Y, ¿por qué dormía ahí como un bebé?
—Porque siempre duermo en el trabajo. Pero no soy ladrón. Mire, señor —se acerca a Arandela—: huela —y le tira el aliento.
Arandela lo aleja.
—Tiene un aliento matador, pero no huele a vino. Y menos a vino bueno.
—¡Lo juro! ¡Señor! —Luis se dirige al dueño—.Yo jamás… la botella única… su abuelo…
—Oiga, Luis —interrumpe Arandela—: ¿por qué no osaría? ¿Qué le importa a usted el abuelo del señor?
—¿Qué me importa? ¡El honor! Mi abuelo trabajó acá. Mi padre también. Todos custodiamos la botella única —Luis mira al piso—. No se lo voy a negar: yo disfruto un buen vino… frente a la chimenea… Pero —señala el hueco—, no así.
Dos horas más tarde, la policía abandona la bodega. El inspector le dijo al dueño que quien hubiera entrado, debía conocer bien el valor de la única.
—Todo el mundo lo sabe —acotó el dueño—. Hasta en las visitas guiadas se comenta.

—Pierda cuidado —dijo Arandela entonces—: hallaré al culpable.

Esa misma noche, llaman a la puerta en la casa del dueño. Entra Arandela, con una orden de allanamiento.
Tras un intenso rastreo, el oficial Peralta da con la botella única. La Bourguniac.
—Ahora que la encontré me va a convidar un traguito, ¿no? —le dice a Arandela cuando se la alcanza.
Arandela le pregunta dónde estaba.
—Atrás del cuadro del viejo ese…
Agarra la botella. Mira la etiqueta.
—La verdad que es tentadora —le dice al dueño—. No, cierto: usted no bebe… es un mal hábito —camina hacia él—. Esta botella está asegurada, usted la roba para venderla y trata de inculpar a Luis, el cuidador nocturno. Usted va por el di-ne-ro. Pero no, no bebe. Porque es un mal hábito…
El dueño sonríe.
—Usted no entiende, inspector —dice—. Y nunca entenderá. Nunca conocerá el peso que significa tener esa botella frente a uno, todos los días, toda la vida ¡Es el centro de atracción de la bodega! Y yo no bebo, es cierto. Pero no bebo porque me gusta… demasiado. Viene en la sangre —señala al cuadro del viejo—. Pero mi abuelo, resistió. Mi padre también resistió. Y yo… yo no puedo más.
El inspector mira la botella, y siente algo extraño. La deja sobre una mesada. Sí, comprende: no existen brazos capaces de abrazar todo el oro del mundo.

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