domingo, 29 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 30)


Mensaje en una botella. La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria, una Château Lafitte cosecha de 1787, según concretó la policía cuando hizo el inventario. Un trabajo de chinos, si tenemos en cuenta que había más de 40.000 botellas descansando en posición horizontal en los estantes de madera que recorrían las paredes. Los jóvenes agentes en prácticas que hicieron el trabajo recibieron una felicitación.
¿Cuánto podría pagar un coleccionista por aquella botella robada? En subastas recientes su precio había superado los 100.000 euros .... , y esa botella había estado siempre allí, al alcance de todos. Ballesteros, el veterano inspector, pensó que la imprudencia había sido comparable a la de joyero de su último caso, que exponía un gran collar de brillantes en una vitrina sin protección. Esa vez la aseguradora se había negado a pagar indemnización porque, como se veía en la grabación de la cámara de seguridad, una niña de unos once años había podido abrir la vitrina como si tal cosa, antes de salir del local luciendo el collar en su cuello, como una reina. Ahora ni siquiera habría discusión, pues nadie había contratado un seguro para la Château Lafitte.
La policía esperó los resultados de la autopsia: como preveían, el informe confirmaba que la sangre del bodeguero tenía más veneno que plaquetas. El caso parecía claro: robo con envenenamiento. Así lo publicaron los periódicos de la región, para los que sólo quedaba encontrar al sospechoso. La policía se puso a buscarlo por los viñedos, las bodegas, las ferias de vino... Pero Ballesteros no se había tragado esa versión y siguió investigando en otra línea.
¿Qué es lo que pensaba el inspector? Una idea tonta se le había pasado por la cabeza. ¿Y si esa botella tuviera un mensaje, como la de esos náufragos desesperados que lanzan al mar una llamada de socorro, al menos en la literatura y en los cómic? En realidad pensaba que la Château Lafitte, cosecha de 1787, no debía andar demasiado lejos.
Ballesteros entró en la bodega y se percató de que había una copa usada en el fregadero de la cocina. La metió en una bolsa de plástico y se fue a ver a Julián, el enólogo que, aunque nunca había probado ese vino, dijo que los restos de la copa podían ser de la Château Lafitte.
A Ballesteros la vida le había hecho no confiar demasiado en esos jóvenes policías en prácticas que se ponían el uniforme como si fueran a desfilar en la pasarela Cibeles y no se fijaban en las copas de los fregaderos, así que decidió volver a la bodega para repetir el inventario. Era un policía experto, así que le bastaba encontrar un lugar que estuviera a mano, no muy lejos del hueco junto al cadáver. Pronto vio una botella con un tapón reciente de corcho y una etiqueta nueva cuidadosamente adherida a otra más antigua. Al despegarla se veían bien algunas letras de Château Lafitte y una fecha: 1787. Dentro faltaba algo de vino, los 200 centilitros de una copa.
Ese mensaje confirmaba que el pobre bodeguero era un náufrago que había decidido emprender su último viaje con un buen sabor en la boca, y Ballesteros esbozó un gesto de simpatía hacia él. Se quedó un rato en aquella bodega, repasó su vida y sintió también el vértigo de la soledad. Se sirvió una copa. Antes de marcharse volvió a pegar la etiqueta y devolvió la botella a su sitio. En ella faltaban ahora los 400 centilitros de un par de copas.
En la oficina redactó su informe en un santiamén: “Caso bodeguero: segundo inventario sin novedad. Firmado: Ballesteros”.

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