domingo, 29 de noviembre de 2009

Mensaje en una botella (versión 1) Garlardona con el segundo premio de Érase una vez el vino


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria. Sobre el suelo de tierra, a poca distancia del difunto, un anciano de ochenta y seis años sumamente rico y excéntrico, la policía halló un sacacorchos de plata y una copa de cristal de bohemia hecha añicos, por lo que dedujeron que el finado Mr, Perkins, motivado quizá por su reciente, bochornoso y último divorcio, bajó aquella noche a su bodega con la intención de abrir personalmente la botella de tan codiciado caldo que había preservado durante años, como uno de sus más apreciados tesoros, en un arrebato de desquite o desahogo. Esta teoría quedó confirmada cuando uno de los policías encontró en su mano derecha una hoja de papel arrugada con los bordes inferiores manchados de vino.
“Señores, sin duda ha sido esto lo que le ha matado”, dijo mostrando el papel y con la mirada fija en una botella vacía colocada cuidadosamente en la parte superior del estante.
La nota decía: “Querido, tenías razón: este vino era muy bueno. Demasiado bueno para compartirlo contigo”.

Ganador del Concurso de Relato breve de historias sobre el vino de turismodevino.com
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Mensaje en una botella (versión 2)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria…y ahora en su lugar estaba esta pálida botella con un papel en su interior y yo introducido hasta la mitad. Desgraciada suerte la mía, estar a punto de ser el broche para cerrar una obra maestra, el culmen de los caldos y de buenas a primeras encontrarme estancado en esta botellita de medio pelo y sin la más mínima gota de vino, el que fuera, para remojarme un poco. Yo sabía que nunca sería el protagonista pero tenía cierto que cumpliría el mejor de los papeles como el corcho fino que soy; pero no, el ruido, las luces y el alboroto de los turistas están concentrados en el cuerpo tendido y mi destino tenía que convertirse en este sórdido momento-.
El agente Mérida es atraído por el ligero temblor en la botella que evidentemente se diferenciaba de las demás por el color claro de su vidrio y el corcho salido hasta la mitad, agregándole el hecho de que había comenzado a moverse por si misma. Con sus manos cubiertas por guantes de látex, toma la botella y saca el corcho sin mayor dificultad, a decir verdad, este parecía haberse salido solo.
Le tomó un poco más de trabajo sacar el papel que se encontraba en su interior, lo que el agente Mérida creía que sería un mensaje del asesino, alguna explicación razonable. Sacó una hoja arrugada en parte por el trajín de haber sido metida allí sin mayor cuidado y en parte por haber absorbido los últimos rastros del vino que anteriormente habitaba esta humilde botella. Su mensaje era el siguiente: Vista: _____________ nariz: ________________ Gusto:_____________ Encontré el elixir de la eterna juventud.
El agente Mérida se aproximó a su superior, el detective Mayorga, para mostrarle el mensaje mientras guardaba el corcho en una bolsa plástica de pruebas para la posterior búsqueda de huellas digitales. El detective Mayorga reconoce inmediatamente que el mensaje está escrito en una ficha de cata.
Acá tenía yo que venir a parar, el más fino de los corchos metido en una bolsa plástica como si fuera yo el muerto. Si me prestaran atención les podría contar todo, les podría decir cómo entró ese loco dando tumbos, cómo aprovechó la soledad del recinto para hacer de las suyas, cómo se acercó a la canasta con corchos y me tomó a mi, ¡justo a mi! ¿por qué a mi?. Podría decirles cómo me trajo hasta la cava de los mejores y más añejos vinos, donde se encontró con Rogelio, tan desafortunado como yo, que en ese momento verificaba el estado de algunas botellas. Podría decirles cómo lo tomó por sorpresa, cómo ese loco gritaba que ese era su elixir, cómo terminó por estallar la botella de ese legendario vino contra la cabeza de Rogelio y lo dejó tendido; les diría cómo lamió del piso insaciablemente todo el vino de la botella rota cómo un sediento que tiene su última oportunidad de beber y no morir en el intento. Y sobre todo, podría decirles cómo sacó de su bolsillo afanosamente la hoja que metió en la botella, en esta botella que traía consigo quién sabe de dónde, por seguro que de esta bodega no es, y después me usó a mí, justo a mí, para taparla-.
- Estoy seguro que el asesino era un loco y lo digo porque solo a un loco se le ocurriría meterme a mí en esa botella-.

Concurso de relato corto. Inspiración de viajes y enoturismo en Arribes de Duero.

Mensaje en una botella (versión 3)


La policía encontró el cuerpo tumbado en la bodega. No había marcas de violencia a primera vista. A escasos centímetros estaba un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria. Una vez que el facultativo dictaminó que la persona situada boca arriba, en la sala de añejamiento, había fallecido, los agentes de la Guardia Civil, un sargento de aspecto atildado y andares suaves, y un agente, obeso y decidor, extendieron un atestado, con el siguiente contenido:
“Personados los actuarios, a requerimiento de D. Octaciano Ruesga Fontealegre, titular de la mercantil Bodegas y Destilados Ruesga, S.A., constatan la presencia del cadáver de un varón de unos sesenta años, en decúbito supino y ubicado en la nave de envejecimiento perteneciente a la firma antes mencionada, e identificado por el señor Ruesga como Salvador Ribera Cogolludo. Se debe hacer constar, que no se ha encontrado, junto al cuerpo, ningún objeto, arma, huella ni vestigio que pueda indicar la comisión de un acto violento. Según refiere el señor Ruesga, en un hueco de la pared norte del lugar donde apareció el cadáver, se guardaba una botella de vino tinto de 0,75 litros, de una edición exclusiva y precio exorbitante; de acuerdo con su versión, el recipiente y su contenido se hallaban en tal emplazamiento a primera hora de la tarde del presente día. Los actuarios deben señalar, que el cadáver del señor Cogolludo aparece con semblante relajado y ligeramente sonriente, sin gesto de dolor o de sufrimiento agónico.
Sin nada más que hacer constar…”.
A la mañana siguiente, el señor Ruesga, amigo personal del difunto, fue citado a presencia judicial. Allí, y a preguntas del juez, hombre redicho y algo petulante, relató que conocía y se relacionaba con el señor Ribera desde hacía muchos años, por razones profesionales y de amistad. Asimismo, que el difunto había heredado una bodega y el gusto por el vino, y, en una apuesta en una cata ciega, perdió la primera, y, como si fuese un mecanismo de compensación, su afición al fermentado de uva aumentó, hasta convertirse en un verdadero sacerdocio. Indicó, además, que tenía dotes naturales para la enología y para la adjetivación inusitada de los vinos que degustaba hasta tal punto que, para Octaciano, el acervo léxico era al catador, lo que la paleta de colores para el pintor.

Días después, el informe del forense determinó que en el cuerpo del finado se encontró una concentración elevada de alcohol, pero sin que tal acumulación etílica pudiera haber provocado la muerte a un organismo adulto sano.

Tanto la policía, como el señor juez, se encontraban perplejos y sin saber qué pasos dar. De su estupor fueron sacados por un objeto encontrado por un operario de la fábrica, flotando en las aguas de la planta depuradora de la misma. Se trataba de una botella de vidrio, sin líquido alguno, cerrada con un tapón de corcho y con un mensaje en su interior dirigido a su señoría. Rezaba así: “El que suscribe, con pleno dominio de sus facultades volitivas e intelectivas, ha decido poner fin a su vida. Hace unos días me diagnosticaron una enfermedad incurable y que me impedía consumir alcohol. El vino es mi vida, mi amigo y mi amante. Nunca me ha fallado y existe tal variedad de caldos, que el aburrimiento con él es imposible. Se obtiene de una difícil conjunción de tierra, viña, régimen de lluvias, insolación y labor humana. Un rudo campesino puede transmutar todos los elementos anteriores en una delicada manufactura organoléptica. No concibo la vida sin mi compañero. Esta tarde consumiré la mejor botella de Octaciano (espero que lo entienda y me perdone), lo que me provocará la muerte más dulce. Mi última voluntad es ser enterrado en el denominado “Pago del Canónigo”, propiedad de mi único amigo”.

Caso resuelto.


Este blog es resultado del concurso de relato breve de turismodevino.com. Si deseas información sobre la historia del vino puedes acceder a la web para leer al respecto.